En el año 2009, la Orquestra del Caos, integrada entonces por Carlos Gómez y yo, inició Sonidos en Causa, una iniciativa que nos condujo a la realización de registros de alta calidad del patrimonio sonoro propio de una serie de contextos culturales latinoamericanos en Chile, Argentina, Brasil, Perú, Colombia, Venezuela, Costa Rica y México, en cuyos entornos medioambientales, como consecuencia de la presencia humana, eran y continúan hoy siendo previsibles cambios irreversibles a corto y medio plazo. El patrimonio inmaterial, y con él, el sonoro, es extremadamente vulnerable en todo el planeta. Una vez operados esos cambios, que, de continuar los humanos persistiendo en la búsqueda del crecimiento económico como si los recursos del planeta fueran ilimitados, parecen inevitables, los sonidos y, con ellos, sus causas, habrán desaparecido para siempre.
El dominio de interés del proyecto era la evolución del paisaje sonoro en contextos donde el desarrollo humano ha afectado a su composición en la historia reciente. Pudimos llevarlo a cabo gracias al sorpote de la Agencia Española para la Cooperación Internacional y el Desarrollo. El objeto de nuestras grabaciones fue todo tipo de ambientes sonoros clasificables según el nivel de contaminación acústica de origen humano, de manera que el repertorio de registros, de un tamaño total de un terabyte, abarca una gradación de paisajes que se extiende desde lo más cargado de sonidos antropogénicos a lo más virgen. Como las zonas de contaminación máxima se hallan en las poblaciones, mientras que las de contaminación mínima o nula están en lugares muy alejados de ellas, nuestras tomas de sonido tuvieron lugar a lo largo de recorridos trazados desde puntos en las poblaciones que presumíamos de contaminación antropogénica máxima, en la dirección de los lugares que, en principio, suponíamos menos o nada contaminados.
Los sonidos empleados en la composición de Piedra Bugre proceden únicamente del tratamiento de cuatro minutos de cuatro registros de una duración inicial de veinte minutos cada uno, realizados por Carlos Gómez entre los días 23 de julio y 2 agosto de 2010 en el tercer país al que viajamos, Argentina. En un principio, habíamos previsto para nuestra actividad las vecindades de Iguazú y Wanda, en el norte de Misiones, pero en el proceso de discusión y actualización del proyecto con Gonzalo Biffarella, que había realizado viajes prospectivos y una serie de contactos muy importantes, a proposición suya, substituimos esas zonas iniciales por los entornos de las poblaciones de Quilino, en Ischilín, al noroeste de Córdoba y El Soberbio, al nordeste de Misiones, en la ribera occidental del río Uruguay, que a esa altura separa Argentina de Brasil.
Las coordenadas de cada emplazamiento de grabación así como la altitud fueron determinadas por medio de GPS y registradas en las propias grabaciones. El registro de sonidos, que agrupa, sólo para esta campaña argentina, 214 archivos en 54 gigabyte, fue realizado por Carlos Gómez y en una mínima parte, por mí mismo. Gonzalo Biffarella ajustó los detalles de producción necesarios para que la campaña tuviera lugar en el contexto por el conocido: el norte de Argentina. Todos, Gonzalo Biffarella, Carlos Gómez y yo, contribuimos en el registro fotográfico. Mi función, además de la concepción inicial del proyecto, cuyos detalles fueron perfilados junto a Carlos Gómez, fue la escucha profunda durante los registros, así como la toma de notas textuales acerca de las características visuales, ambientales, culturales y sonoras de cada lugar, una pequeña parte de las cuales, al igual que los sonidos y las imágenes, han sido empleadas en la confección de este trabajo.
En los alrededores de Quilino, de acuerdo con las orientaciones metodológicas de Sonidos en Causa, la idea de Gonzalo era tomar muestras entre Salinas Grandes, en el límite de la provincia de Córdoba con las provincias de Catamarca, Santiago del Estero y La Rioja, y las estancias agropecuarias cercanas al Campo Comunitario de La Libertad. Desde hace años, éstas han ido ganando terreno a los campesinos autóctonos, pequeños ganaderos caprinos, que se han visto empujados fuera de sus tierras, hacia las salinas, un lugar inhóspito donde de ninguna manera pueden desarrollar sus actividades. Tanto es así y tan sorda es la lucha por la tierra, que los campesinos se han visto obligados a organizarse en distintas asociaciones para hacer frente a la ofensiva industrial, que los acosa con todo el apoyo del estado. Esta primera parte de nuestras tomas de sonido concluirá en la propia ciudad de Quilino, que, con algo más de 4000 habitantes, es el mayor centro económico próximo a Salinas Grandes. Si la cobertura telefónica y las posibilidades de acceso a Internet son nulos entre La Libertad y Salinas Grandes, no ocurre así cerca de Quilino, donde es posible encontrar puntos de acceso WiFi gratuitos.
En Misiones, iniciamos el trayecto desde El Soberbio, una población fundada a principios del siglo XX, ahora con algo menos de 4000 habitantes, en dirección a los Saltos del Moconá, a unos 70 kilómetros al norte, remontando el río Uruguay. Sólo hay un cibercafé en toda la zona y algunas redes WiFi cerradas que, en una primera inspección, no es posible saber si se trata de servicios públicos o dispositivos privados.
A lo largo de ese recorrido, donde la cobertura telefónica argentina va siendo cada vez más deficiente, los colonos, que en su mayoría parecen llegar a la región desde Brasil, acostumbran a asentarse donde les conviene, tanto si el lugar tiene propietario como si no, para cultivar yerba mate, esponja, caña, tabaco, maíz, avena, cítricos, citronela y ananá. Las compañías tabacaleras acostumbran a convencerles de que cultiven tabaco. Les construyen un secadero, les proporcionan semillas y les compran toda la producción. Se cuenta que al cabo de unos años, la tierra enferma y ya no da más. Entonces, los colonos se ven obligados a venderla a nuevos colonos recién llegados y ocupan otra. Los terratenientes antiguos propietarios de esas tierras tienen la opción a comprársela nuevamente, pero si no lo hacen, parece que el Estado se ha comprometido a darles un título de propiedad al cabo de 20 años.
La tala de madera de ley es, quizá, la más importante de las actividades económicas de la región. La realizan las empresas Harriet S. A. y Laharrague S. A, propietarias de un vastísimo territorio de 253000 hectáreas. Juan Alberto Harriet y León Laharrague, cedieron en el siglo pasado 999 de ellas para la creación del Parque Provincial del Moconá. Esas empresas agrícolas, ganaderas, comerciales, industriales y financieras explotan las 252000 restantes, se dice que de acuerdo con el Ministerio de Ecología y Recursos Naturales Renovables, que regula la tala de algunas especies. No conocemos los detalles de las condiciones en que se permiten esas talas. Sí hemos visto transitar por esa zona camiones enormes cargados de madera y a horas intempestivas, a las que la circulación rodada está explícitamente prohibida. El punto más alejado al que llegamos en el interior de esa reserva particular fue el puente López Lining, donde realizamos tomas de sonido. Un poco más allá, cerca de las 32000 hectáreas de la Reserva de la Esmeralda, expropiada en 1992 a la empresa Obraje Esmeralda S. A. F. A. I. e I, que alberga la Estación Biológica Marcio Ayres y a la que no pudimos acceder a causa del mal tiempo, empiezan las aldeas guaraníes. Sobrecoge pensar que la tierra donde vive toda esa gente pertenezca a empresas con derecho a destrozarlas o a un estado que los ignora.
Los trayectos son difíciles aquí. Llegar al corazón de la Selva Misionera supone caminatas de días.
En esta región, donde las carretas tiradas por bueyes son imágenes habituales a lo largo de los caminos y la carretera asfaltada, la nueva industria incipiente es el ecoturismo, a cuya planificación suponemos se deben las obras de la construcción de la nueva vía de acceso a las instalaciones del Parque Provincial del Moconá, donde también realizamos tomas de sonido. En la actualidad, el parque queda aislado cada vez que las aguas crecen, porque la pasarela que atraviesa el Río Yabotí se cubre completamente, de manera que el vadeo resulta imposible para los vehículos normales. De momento, esas obras junto con las serrerías parecen ser la mayor fuente de ruido antropogénico de la región.
Madrugada al sur del Campo Comunitario. La Libertad
S30.19.086-O064.55.500 . 07.49 . 24.07.2010 . 252 metros de altitud
Micrófono orientado al Sudeste
Tras un trayecto de traumática conducción sobre la arena, al volante de una vieja camioneta de tres marchas que no había manejado en mi vida, a oscuras, con los cristales empañados, sin calefacción y cuatro personas en el asiento delantero, nos detenemos en un lugar cualquiera. Vas demasiado a la derecha del camino, decía Mario hace un momento. Sigue las huellas. Tal vez. Yo no veo nada, pensaba, pero si tú lo dices. Muchos creen que hay que seguir las huellas de los otros automóviles en los caminos no pavimentados. No siempre es lo indicado. Al tomar un desvío, nos hemos encallado en el polvo, porque la chata, que es el nombre que le dan a las camionetas por aquí, no tenía suficiente fuerza para salir de las roderas. Su primera es demasiado larga. Mis acompañantes han tenido que empujar. Lo siento.
De madrugada, antes que nadie, canta la rondanita. La llaman así por su parecido sonoro con una rondana (lo que aquí se entiende por cojinete) cuando una de sus bolas se encalla.
El canto del gallo, que desde las tres de la mañana no nos abandona, ahora lejano, ha sido sustituido casi de golpe por el de las especies salvajes. La rondanita, que era la única cuando llegamos, también ha callado. Pero cantan muchas otras especies distintas. Por el ritmo de una de ellas, diría que por ahí suena algo parecido a una tórtola. Es algo más ronca que la imagen que guardo de esas aves desde que por primera vez me hice consciente de su canto en el centro de Francia.
La grabación ha empezado de manera espectacular, con un borbotón de sonido monumental. Quizá fuera un ave que pretendía ahuyentarnos. No sería la primera vez que algo así nos ocurre. Ahora, los cantos son poco densos pero muy variados. Bien espaciados, se manifiestan en forma de chisporroteos que surgen de cualquier lado. El ritmo cansino de la tórtola, que se multiplica en todas direcciones, es una especie de pedal continuo. Se superpone al aumento paulatino de la luz, en correspondencia casi continua con una extraña sensación de expansión del espacio acústico.
A esta hora las nuevas apariciones son súbitas y frecuentes. Un trino burbujeante es el nuevo género de explosión suave de sonido que se produce aquí y allá. ¿Son varios individuos que se contestan, es un pájaro que va de un lado a otro o son varios que se contestan y van de un lado a otro? No hay tiempo para responderme, porque un camión lejano parece acercarse. No. Se va y al dejar de ser percibido permite la escucha de nuevas explosiones de trinos. Son muchas y tenues. Compiten con unos graznidos agudos, generados a empellones, como dándose impulso, que contrastan claramente con el graznido algo más grave de otra ave que pasa volando de oeste a este. Un nuevo actor despierta y se contesta con otro similar. Es un silbido rápido de frecuencia ascendente y luego descendente en unos ciento cincuenta milisegundos. Las tórtolas aparecen por todas partes y callan por un momento cuando los silbidos de otros, más ágiles y enfáticos, adquieren protagonismo. Parece como si se empeñaran en hacer el cantus firmus de todo lo demás. Cualquiera diría que constituyen una especie de textura sobre la que los otros se asientan. Pero la textura no existe por sí sola. Como el espacio, que cobra existencia y se curva con la materia, la textura se genera por la existencia del propio sonido. No existe, a menos que alguien cante o que algo suene, rítmicamente o no. Eso es algo que muchos músicos deberían comprender. Si las tórtolas no estuvieran, la textura estaría hecha de aleteos súbitos y aislados, de graznidos lejanos y gorjeos móviles, de trinos burbujeantes; ninguno demasiado presente. El espacio sonoro se expande y se contrae en la mente de quien escucha. Así, el nuevo trino burbujeante que brota al norte puede ser vivido como una expansión a la que sucede la contracción de un silbido descendente, casi piado, inseguro en la sintaxis de las alturas, pero repetido con insistencia hacia el sudoeste.
Carlos está concentrado en la escucha y, o no se da cuenta de que hemos rebasado el límite de tiempo, o no quiere parar. Sí. Para. No: pide cinco minutos más de grabación. A ver si se nos pone en marcha la chata después de tanto rato parada con este frío.
Baños de Unquillo. Toma en cercanía del micrófono
S30.11.711-O065.01.119. 07.59 . 25.07.2010 . 174 metros de altitud
Micrófono orientado al este
Antes de llegar aquí, hemos parado en casa del gordo Ramón, que vive cerca del Molino, con su madre, la señora Alonsa, de 94 años. Aún a oscuras, en el camino nos contaba Mario que los inversores le cercaron la casa para que su ganado no pudiera acceder a los campos de alrededor. El Movimiento Campesino le ayudó quitando las vallas, pero más adelante, pagaron a gente que vino con la policía. Llegaron a instalarse en los terrenos que Ramón había usado toda su vida. Nuevamente, el Movimiento Campesino vino en su ayuda para dialogar con los ocupantes pagados, que, por fin, se fueron. Hace dos años que este episodio tuvo lugar. Nadie ha vuelto por allí a incordiar a Ramón, que, desde entonces se siente muy en deuda con el Movimiento Campesino de Córdoba. Mario quiere que venga con nosotros porque, como fue picador de sal, conoce bien la salina y puede orientar nuestros movimientos en ese desierto llano y extrañamente reverberante.
Ramón es un hombre de pocas palabras. Le conocí ayer, en la fiesta de cumpleaños de Elías, el hijo de Mario, que hacia 17 años. Me miraba de reojo sin saber demasiado qué decir y esperando que yo dijera algo. Sin embargo, yo no sentía el impulso de hablar. Saludé, me presenté y callé, porque no estábamos solos y yo no era más que un desconocido recién llegado. Carlos y Gonzalo habían ido con Mario a cargar las baterías de sus aparatos a casa de Javier y Marcelo, así que me encontraba de lleno en una celebración familiar sin conocer a casi nadie. Luego entendí el por qué de su expectativa. Mario y Horacio le habían hablado de nosotros y de que necesitaríamos su ayuda para nuestras tomas de sonido en Salinas Grandes. Por eso me dijo que estaba a mi disposición para lo que hiciera falta. De pocas palabras, Ramón me pareció un hombre sensible que, rodeado de niños, se dedicaba a salvar del ahogo a las abejas en el pozo de casa de Mario. También me pareció algo débil, porque acataba sin chistar las órdenes de uno mucho más joven que se presentó con un hermano menor de Amalia a última hora en su flamante camioneta blanca recién salida del concesionario y quiso interrogarme acerca de todo, especialmente, de mi opinión sobre cuestiones políticas locales relacionadas con La Libertad y otras más lejanas, como la crisis en España. Como de costumbre en estos casos, me hice el idiota. Ni me gustó su actitud con Ramón, un hombre ya mayor que debería ser respetado por uno joven, ni me pareció recomendable la ideología que subyacía a sus preguntas. Me dediqué a echar pelotas fuera. Creo que Mario se reía para sus adentros.
La primera parada en el camino hacia Salinas Grandes es el entorno de los Baños de Unquillo, una especie de santuario donde, nos cuentan Ramón y Mario, la gente viene a tomar las aguas con la intención de curar sus dolencias. Se dice que el agua, fría en verano y caliente en invierno, está indicada en el tratamiento de problemas relacionados con huesos y articulaciones.
Al salir de la chata, siento la agresión del ambiente ácido-básico de este lugar en la poca piel que llevo al descubierto. Frío y salina es todo lo que siento. No puedo hacer fotos porque la batería de la cámara está baja y el frío la bloquea. Como ayer, inesperadamente, pude volver a hacer fotos al calentarse el ambiente, ahora ya sé que no es que la carga esté totalmente consumida. Dentro de un rato, cuando el sol caliente un poco más, podré fotografiar otra vez. Por eso, le he pedido a Gonzalo que con su iPhone recién cargado tome fotografías de todo. Especialmente, del altar dedicado a la Virgen en la parte trasera del edificio, que, único, totalmente aislado, junto a un curso de agua donde se refleja el cielo y la valla, se alza en un viejo médano. Esta tierra previa a las salinas, arenosa y algo arrugada, forma dunas donde crecen arbustos psamófilos como el jume, algunas cactáceas y matojos, unos pocos, verdes, pero, en general, aislados y secos. El resto es espacio blanco abierto, que se experimenta enorme a causa de un misterioso eco.
De fondo y a lo lejos, distribuidas por igual en todos los lugares cubiertos de vegetación, cantan las tórtolas. Los pájaros andan por todas partes y se comunican. Hoy no escucho rondanitas ¿Será porque ya callaron? Hay uno negro ahí, en el agua. En general, el nivel es bajo, pero se escuchan muy claramente unos silbidos largos ascendentes y repetidos. Se reflejan. Pero ¿dónde? ¿En la sal? ¿En el suelo plano y salado que se extiende un poco más allá? No sólo son ascendentes, otras veces se trata de un silbido ascendente y descendente corto casi trinado. Lejos de ser palindrómicos, esos silbidos en glissando son espectaculares. Pero casi lo es más el eco que generan ¿Y por qué se reflejan más estos que los otros sonidos si el espacio es el mismo? Decir que los limites del espacio condicionan más la resonancia a unas frecuencias que a otras no me explica nada. Necesito saber más. Los únicos límites visibles de este espacio son el suelo y la vegetación, mayormente, de troncos finos y bastante hoja verde o seca. Si no es sólo la sal y la planura del suelo lo que determina el reflejo de los silbidos de esa manera, el fenómeno quizá tenga también que ver con que son los sonidos más intensos que conforman este paisaje. Además, al tratarse de silbidos, su espectro es muy simple, de manera que cualquier coloración posterior a su producción puede hacerse muy evidente. Pero insisto: todas estas reflexiones no explican nada. Quizá nada pueda explicar nada.
Sale el sol y sube algo la temperatura. Puedo escribir con mayor comodidad, pero lo único nuevo es un gorjeo al sur seguido de un balanceo de silbidos al sudoeste. Vuelve a hacer frío. Normal: es la hora; pasan casi 20 minutos de las 8 de la mañana.
El pajarillo negro continúa plantado ahí delante. No le preocupamos nada y tiene razón: no hay nada en nosotros por lo que tenga que preocuparse.
Carlos ha pedido que repitiéramos la grabación en las mismas coordenadas, pero dejando el micrófono solo, porque, con el nivel de entrada que se requiere para grabar estos sonidos tan poco intensos, se escucha cualquier roce de la ropa, cualquier movimiento. Así que nos hemos vuelto todos al edificio de los baños. A pesar de que nos protegía, hacia tanto frío que no me he sentado. El sillín se ha quedado apoyado en el muro. En un momento de la escucha, muy similar a la de la toma anterior, he pensado que apoyado ahí corría el peligro de quedar olvidado en este lugar tan particular. Durante un rato, he fabulado con la idea de que un piadoso visitante del santuario lo encontraba y se lo llevaba como si fuera un regalo del cielo. Hasta he imaginado que bendecía a Dios por habérselo dado. La fabulación me ha llevado entonces a la disyuntiva de que es contradictorio que uno piense que Dios vaya a beneficiarle como resultas de la desgracia de otro.
El caso es que, cuando una vez subidos todos a la chata realizaba la maniobra de salida de los baños, muy trabajosa, Mario me ha pedido que parara. Por un momento he pensado que iba a chocar con algún obstáculo que no veía. Un palo ahí detrás, he pensado. Al bajar Mario de la chata, todos hemos pensado que su intención era orientarme, porque la maniobra era realmente muy pesada: había que girar completamente el volante unas 6 veces a derecha e izquierda y cambiar de marcha adelante y hacia atrás a cada giro; vamos cuatro delante, la dirección asistida no existía cuando el vehículo se concibió y cada vez que cambio de marcha tengo que darle un golpe en la pierna al pobre Gonzalo, que debe estar ya harto de mí.
Me he sonreído al ver volver a Mario con mi sillín portátil. Menudo acto fallido. Tengo que analizarlo.
Reserva de la Biosfera Yabotí
S27.09.319-O053.59.063 . 08.52 . 30.07.201 . 339 metros de altitud
Micrófono orientado al oeste
La vegetación, variadísima, incluye unas palmeras que recuerdan a los buritís brasileros. Una diferencia es que aquí no muestran los cursos de agua. Hay agua por todas partes. En el camino, nos cuenta Guillermo, nuestro motorista de hoy, que Harriet y Laharrague son los explotadores de madera de la Reserva de la Biosfera Yabotí, que en total tiene más doscientas cincuenta mil hectáreas. Como es un apasionado de las plantas, le he pedido que nos cuente cosas de los árboles de la zona. El primero que nos muestra es la guayubira, de cuyo tronco, el núcleo dura cincuenta años a la intemperie. Luego nos habla de la guayca, una especie de laurel de madera blanda pero resistente, de la grapia, un árbol de unos diez metros, de copa redondeada y tronco blanco, de una boraginácea que llama loro negro o peteribí, mucho más alto, y del cedro misionero, sapindal, de hoja caduca y nada parecido a la idea que hasta ahora yo tenía de cedro. Están sin hoja en esta época del año, por lo que, entre tanta exuberancia, dan la impresión de estar muertos. Pero no es así y en esta selva no es el único árbol que se desnuda. Por ejemplo, el cedro australiano, que alcanza gran altura, también es un sapindal de hoja caduca. Es la toona ciliata... ¿Australiano? Entonces, esto no es bosque primario. No. Ah, vaya. Estaba confundido. Nos muestra uno de tronco y ramas cubiertas por un parásito y explica que de todas formas, hay pocas especies extranjeras. En general, han sido introducidas en este bosque por las propiedades de su madera. El laurel es nativo de aquí. La cañarana, también. A mí se me antoja parecido a lo que antes nos decía que era un cedro misionero. ¿Y ese alto cercano al cedro australiano? Es el timbó colorado, de tronco muy recto que alcanza los treinta metros. Sus frutos producen abortos en el ganado que las come. A ese de color verde oscuro, los guaraníes le llaman tarumá. Es de hoja perenne y ramas espinosas. Se emplea para cortes y el tum, para las embarcaciones. El alecrín, aquí le llaman ibirá-pepé, da una madera muy buena para el asado. Ni he visto el tal tum ni el alecrín. Creo que ha llamado sipo a una liana de la que nos cuenta que los guaraníes llaman escalera de mono. Pero el sipo es un árbol africano... Cuenta tantas cosas que no quiero interrumpirle con precisiones.
Luego nos muestra una planta arbustiva de hojas grandes que llama tabaco bravo y aclara: "fumo bravo, en Brasil". El monte nativo se regenera en su presencia. Está echando flores ahora. A su lado, una carqueja, o carquexia; Guillermo dice que es buena para el hígado, pero como propiedades medicinales es espectacular. Es la panacea, según he visto por ahí: antianémica, antiasmática, antibiótica, antidiarreica, antidiabética, antidispéptica, antigripal, antihidrópica, antiinflamatoria, antireumática, anti trypanosoma cruzi, estimulante del apetito, aromática, colagoga, purgante, digestiva, diurética, emoliente, eupéptica, estimulante hepática, febrífuga, hepatoprotectora, hipocolesterolémica, hipoglucémica, laxante, anti esquistosomosis, sudorífica, tónica, vermífuga. Otras fuentes dicen que es un sustituto natural del Viagra, mucho menos peligrosa, y que estimula el apetito sexual de las mujeres. No sé si será verdad, pero eso es coherente con el hecho de que tiende a bajar la presión.
El tacuapi y el tacuruzú son tacuaras, cañas en cuyo interior hay un agua con propiedades coagulantes. Otra planta con un reservorio de agua que se puede beber es la ortiga gigante. Son autóctonas, como esas palmeras pindó. Tienen mucha fibra y arruinan las cuchillas de las motosierras. Aquí el conocimiento de los árboles se tiñe de elementos madereros. Toda la región vive de eso, ya se sabe. "Y ésas son mamonas, muy aceitosas", señala a una planta con hojas muy grandes y palmeadas. "Bueno, eso es ricino". Si no me equivoco, hasta los griegos sabían de esa planta por los egipcios. ¡En este bosque hay de todo! Desde luego. "Ese pasto ancho está por todas partes. Aquí le llamamos capín largo". Mientras Guillermo nos contaba sus secretos, las saracuras, unas aves grisáceas que sobre todo corren, han ido apareciendo aquí y allá a lo largo de todo el camino.
Al elegir un lugar de grabación, nos cuesta decidir las estrategias de colocación de los micrófonos. Por fin los situamos a la derecha del camino junto a unas palmeras pindó, encarados a lo más espeso de la selva, que es donde creemos que más sonidos va a captar. Al poco, empiezan a sonar silbidos de procedencia aparentemente distinta y, muy tímidamente, van surgiendo gorjeos y graznidos agudos. Cada vez que desembarcamos a grabar, la actividad de los preparativos deja mudos a casi todos los animales del entorno. Cuesta un cierto tiempo que nos olviden y vuelvan a lo suyo.
Un graznido insistente se acerca por los aires, permanece cercano unos instantes y se va. Quedan cantos de grillos, piares y gorjeos. Otro graznido más sutil casi queda enmascarado por los grillos; igual que un gorjeo piante descendente que, al quedarse en silencio, hace más evidente el paso de automóviles por la carretera. También hay máquinas madereras por aquí. Definitivamente, el canto de los insectos es como el de los saltamontes en el Pirineo y tantos otros sitios. Me costaba aceptarlo, pero una vez formulado por escrito no me parece tan extraño.
Se levanta brisa ahora por el este. Todos los del lugar dijeron ayer que hoy llovería. A mi ánimo le conviene dudarlo. Suena el anorak de alguien y la brisa se toma un respiro para ponerse más dura. La imagen térmica no es congruente con la sonora. Esta última no da la impresión de que haya parado: se confunde con el lejano frotar de neumáticos en el asfalto. Cuando el vehículo se acerca, queda claro que es un camión ¿Entra? Las máquinas madereras trabajan constantemente por aquí. La brisa arrecia. Si sigue así, pronto se convertirá en viento y puede que termine por traer lluvia. Viene del oeste.
Incendio
S27.11.239-O054.06.266 . 19.47 . 30.07.201 . 402 metros de altitud
Micrófono orientado al noreste
Nos contaba Guillermo hace un rato al pasar por Mesa Redonda -un cruce, pero en el mapa aparece como una población- que por el camino transitan madereros y guaraníes. El desvío lleva a los Saltos del Moconá, pero todo el mundo dice que la carretera está impracticable, así que no lo hemos intentado. Lástima, tendremos que ir en lancha, pero será dentro de unos días y entonces, Carlos, el motorista de la lancha, sin soltar ni por un momento la calabaza y la bombilla, nos contará cosas muy interesantes de la geología del río y de la procedencia de los colonos. Será el primer hispanoparlante nativo de la zona que opine que los colonos no vienen de Brasil, sino de Centroeuropa y que se trata del mismo tipo de gente a ambos lados de la frontera. Es la gente de aquí, insiste. Bueno: la gente de aquí son los guaraníes, pero mejor no contradecirle; después de todo, somos visitantes.
Pasamos ayer por aquí y nos quedamos con la idea de grabar en las inmediaciones, así que volviendo a El Soberbio ya de noche, divisamos un fuego no lejos de la carretera. Guillermo nos cuenta que los colonos queman la selva con la intención de ganar espacio para la plantación de tabaco. Él mismo nos propone que lo grabemos. Parece como si tuviera interés personal en ello, porque podría ser hasta peligroso. Si él está convencido de que podemos hacerlo, por qué no. Después de todo, él conoce el terreno.
Agresivo y muy rápido, el fuego es enorme en comparación con otros fuegos que he visto de cerca. El viento lo trae hacia el punto del camino donde hemos parado el 4x4. Espero que no lo atraviese. Tiene como varios focos importantes. Cuando hemos llegado sólo parecía que hubiera uno, pero luego se han declarado unos cuantos más. Ahora, a la escucha, se perciben claramente tres lugares diferenciados donde el crujir de las llamas es mayor. Se intensifica con las ráfagas de viento. Detrás del fuego, en la casa se oye música y perros. Pero la gente no está sólo ahí. Hay colonos mucho más cerca. Han venido con sus hachas a hacernos compañía. Como si nos vigilaran. Al pasar una moto en la que viajaban tres personas, el viento ha arreciado y, con él, el fuego. Ha sido bestial. Al quemarse, las ramas secas levantan llamas altas y entonces el aumento de temperatura se nota desde mi punto de observación, a unos cuarenta metros.
Guillermo piensa que ya no es seguro permanecer aquí, así que nos vamos antes de concluir los veinte minutos de grabación.